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En Camagüey hay huellas del terrorismo que no se borran

Por Leonel del Val*
Durante los últimos 34 años una camagüeyana vive con un dolor en el pecho, que ni el médico más encumbrado ha sido capaz de eliminar. A Inés Sánchez Salazar las garras del terror le arrebataron a su hija Inés Luaces Sánchez frente a las costas de Barbados, el 6 de octubre de 1976.
Inés Luaces asesinada por Luis Posada Carriles
La joven había ganado medalla de oro en la especialidad de florete en el Campeonato Centroamericano de Esgrima de aquel año, en Caracas, Venezuela, y con el equipaje cargado de sueños se disponía a regresar a Cuba, pero la mano rapaz del terrorista Luis Posada Carriles la encaminó hacia la muerte.
Apenas rebasaba los 20 años y desde niña sintió inclinación por el deporte. Se inició en el baloncesto cuando cursaba el sexto grado, pero debido a su asma esta disciplina le resultaba demasiado fuerte, por lo que al siguiente curso comenzó a practicar la esgrima, con tan buenos resultados que la captaron para la Escuela de Iniciación Deportiva (EIDE) “Cerro Pelado”, en su natal Camagüey.
La idea de que estuviera becada no satisfizo en nada a su mamá.
“Yo era una madre muy apegada a ella; me parecía que al estar en la EIDE se me iba, no quería que estuviera allí; entonces vinieron los entrenadores, conversaron conmigo, me convencieron, y accedí, pero con la condición de que viniera para la casa todos los días”.
Su desarrollo entre las estocadas fue tan vertiginoso con triunfos en competencias escolares y juveniles, que en 1975 la incluyeron en la Selección Nacional para representar a Cuba en un torneo internacional efectuado en México, evento en el que, con el florete en mano, aportó lo suficiente para la victoria de su equipo.
LA DESPEDIDA
Antes de partir hacia la última competencia, Inés Luaces Sánchez departió con familiares y allegados. Su mamá tiene bien claro cómo fueron esos días, pero su voz, casi ahogada por el llanto, apenas puede transmitir esos recuerdos.
La muerte de los jóvenes deportistas llenó de dolor a Cuba.

“Es como si se hubiera despedido de nosotros, de los vecinos, de todo…”
La narración se interrumpe, las lágrimas cierran los ojos de la madre, y casi en un susurro continúa:
“… cantó, comió... y luego nos fuimos para el aeropuerto a despedirla. Hablamos mucho. Yo le pedí que como en Camagüey habían abierto la carrera de Medicina, se trasladara para que estuviese conmigo, porque ella estudiaba Estomatología en la Universidad de La Habana…”
Pero no pudo ser, la joven jamás regresó.
LA NOTICIA
Pasadas las siete de la noche del fatídico día el padrastro Luis Betancourt, trabajador del Instituto Nacional de Deportes, Educación Física y Recreación (INDER) en Camagüey, y la mamá de Inés conversaban en el hogar, cuando llegó el director de la instancia deportiva en la provincia.
“Mi esposo, después de hablar brevemente con su jefe, me dijo que lo habían ido a buscar para un trabajo que tenían que hacer. Cuando llegaron a la oficina, le dijeron lo sucedido, y tuvieron que llevárselo para el hospital porque la noticia fue tan desgarradora que le subió la tensión arterial, y estuvo muy mal. Allí lo asesoraron, pues él tenía que decírmelo…”

En realidad Luis no encontró valor para transmitir la noticia.
“Cuando regresó se paró delante de mí, me miraba callado, y entonces le dije ¿qué pasa?.
“Pero no me contestaba. Insistí y le pregunté ¿qué le ha pasado a mi hijo?… Y me respondió: a tu hijo nada. Entonces conectó la radio, puso Radio Reloj y fue cuando escuche la noticia.
¿Y dónde quedó la justicia?.
Los recuerdos siempre están ahí; a veces salen, otras veces descansan, pero están ahí. Las heridas también están ahí. Esas ni siquiera se toman un receso. Se hacen cada vez mayores.
De los culpables, nada. Ellos, con Luis Posada Carriles a la cabeza, están libres sin recibir su castigo.
¿Cuándo llegará éste?
Tal vez nunca, o quizá ya lo están recibiendo desde el 6 de octubre de 1976. Puede que la voz de Inés Luaces Sánchez y la de los otros 75 inocentes que perdieron la vida en el atentado se agolpen en los oídos de los asesinos, para recordarles que a partir de ese día el corazón de los cubanos late diferente.
*Con la colaboración de Luisa Fernanda

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